América Latina ha entrado en un periodo de desaceleración económica. Sin embargo, la coyuntura reclama responsabilidad en el análisis y mesura en la reacción. Al menos cuatro matices son necesarios: primero, América Latina es diversa y no todos los países enfrentan las mismas condiciones. Segundo, la región está hoy mejor preparada para encarar los desafíos. Tercero, la política importa tanto como las variables económicas. Cuarto, la economía latinoamericana interactúa con un complejo contexto global.
América Latina es diversa. Si bien la región experimentó, en promedio, una contracción económica en 2015, esa contracción estuvo determinada por las tasas de crecimiento negativas de Brasil y Venezuela. El resto de países registró un crecimiento positivo y relativamente aceptable en el marco global actual. 16 países crecieron por encima del 2%. Ocho países crecieron más del 3%, incluso sobrepasando el promedio global. Las proyecciones para el 2016 arrojan un panorama similar.
Aunque los bajos precios de las materias primas y el exiguo dinamismo del comercio exterior obligan a mantener proyecciones modestas, lo esperable no es que la región ingrese en una crisis generalizada, sino que encuentre un nuevo equilibrio. Afirmar que la economía latinoamericana cae en picada no solo es impreciso, es en sí mismo arriesgado por su efecto sobre el comportamiento de los agentes económicos. La región requiere mantener la confianza y continuar las reformas que permitan diversificar la economía y dar un salto de productividad –la agenda microeconómica que, hay que reconocer, quedó rezagada en los años de bonanza–.
América Latina es distinta al pasado. La región exhibe ahora fortalezas que no tenía durante la crisis de los ochenta. Con pocas excepciones, los países tienen más instrumentos disponibles, han entendido la importancia de la estabilidad macroeconómica, exhiben niveles de endeudamiento público mucho más bajos, y las instituciones financieras y monetarias están realizando su trabajo.
Además, por primera vez hay menos personas bajo la línea de pobreza que en la clase media. Una población más sana y más educada es un activo indispensable de cara al porvenir, aunque al mismo tiempo ejerce presiones en términos de expectativas crecientes. ¿Cómo atenderlas con tasas de crecimiento mediocres?
La política importa. Los gobiernos latinoamericanos enfrentan un triple desafío: preservar las ganancias sociales protegiendo a los sectores más vulnerables, responder a las aspiraciones de los nuevos sectores medios mejorando la calidad de los servicios públicos, y elevar la competitividad de la economía apostando por la innovación, por más inversión en ciencia y tecnología, por una agenda digital que permita entrar decididamente a la sociedad del conocimiento, y por una gestión pública mucho más eficiente y transparente.
Lograr esto con menos espacio fiscal demanda un diálogo mucho más fluido con el sector privado y con la sociedad civil. América Latina necesita duplicar sus niveles de inversión en infraestructura y logística para superar el rezago que muestra con respecto a Asia. Para ello es esencial renovar las alianzas público-privadas, recuperando la confianza del sector privado y la sociedad en la capacidad estratégica y el comportamiento ético del Estado. No se trata, entonces, solo de un reto de gestión económica sino también de gestión política para responder oportunamente a una ciudadanía más exigente y un entorno más competitivo.
Un contexto mundial adverso. Los esfuerzos pueden, sin embargo, desvanecerse en un contexto internacional determinado por la excesiva incertidumbre, la alta volatilidad, la salida de capitales y el endurecimiento de las condiciones de financiamiento externo. Ningún país es suficientemente resistente para soportar una década más de economía mundial aletargada.
Hacen falta acciones decisivas para profundizar la integración regional y expandir los mercados, pero también es urgente emprender una discusión en torno a la gobernanza mundial y las estructuras que rigen el comercio, la transferencia de tecnología, el sistema financiero internacional, el flujo de capitales y la cooperación exterior. Una discusión que ponga el cambio climático y el desarrollo sostenible en el centro de la agenda, y que permita encontrar los motores de crecimiento estable y dinámico hacia el futuro.
América Latina afronta retos considerables, pero no los enfrenta sola. La suerte de la región dependerá tanto de la sabiduría de sus gobiernos, como de la capacidad de la comunidad internacional para acordar un rumbo que nos lleve, conjuntamente, a buen puerto.
Rebeca Grynspan dirige la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).
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