Chile es un gran país minero, no sólo por las inmensas riquezas presentes en su territorio, sino que sobre todo por una evidencia histórica, como es el gran aporte que la minería ha prestado al desarrollo nacional. Así ha ocurrido en distintos momentos con el oro y el carbón, el salitre y el cobre.
Es en ese contexto donde se inscribe la trayectoria de José Tomás Urmeneta (1808-1878), nacido en Chile, pero que se trasladó muy joven a los Estados Unidos, donde realizó estudios de Letras y Leyes en la Universidad de Brown, regresando al país en 1827; tiempo después estuvo en España, donde no le fue bien en los negocios, e Inglaterra, donde aprendió mucho de los cambios económicos y sociales de esa potencia. Después de cuatro años en Europa regresó a Chile.
Aunque ejerció durante algún tiempo como administrador de haciendas, Urmeneta se hizo famoso en la industria minera. A mediados de la década de 1839 comenzó la explotación de las minas Las Mollacas y El Pique, y más tarde comenzó otros trabajos en la zona de Ovalle. Con todo, los esfuerzos no tenían una gran retribución económica y el negocio estaba lejos de ser exitoso. Como señala Nazer, “la magnitud de las obras que emprendió y los costos necesarios para llevarlas a cabo, lo llevaron a una virtual bancarrota”.
A mediados de siglo, sin embargo, comienza la fortuna de Urmeneta, con la mina de Tamaya, donde se vio beneficiado por la calidad de los minerales así como por el alza en el precio del cobre. Comenzaba la nueva vida de un millonario.
De ahí en adelante el emprendedor no solo se transformó en uno de los principales hombres de negocios del país en la minería, sino que también amplió sus actividades a los ferrocarriles, además de mantener algunas actividades agrícolas.
Como solía ocurrir en esos tiempos, el empresario también fue un importante hombre público que incursionó en la política. Fue diputado, senador e incluso candidato presidencial contra Federico Errázuriz en 1871, siendo derrotado ampliamente por la llamada “candidatura oficial”. Adicionalmente, Urmeneta destacó como un filántropo, hombre generoso y lleno de proyectos, que ayudó a la construcción de casas, hospitales y otras tantas cosas que requerían su colaboración.
Cuando falleció en 1878, la prensa y la sociedad le hicieron un justo reconocimiento por su aporte a Chile durante varias décadas. “La muerte del señor Urmeneta será llorada por numerosos pobres que recibían de él copiosas limosnas cada vez que fueron a golpear sus puertas”, fueron las palabras del Estandarte Católico.
El Diario Oficial, en tanto, resumió de manera elogiosa su aporte a Chile: “El nombre del señor Urmeneta aparece íntima y constantemente unido a la historia del progreso moral y material de nuestro país en los últimos treinta años”.
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